1) Dejar ir lo que nos hace mal
¿Cuántas veces insistimos con una relación agotada hace tiempo? ¿O nos quedamos atascadas en un trabajo tóxico y mediocre por comodidad? A veces no podemos soltar la mano y dejar ir lo que nos hace mal. Por miedo a quedarnos solas o a tener que empezar de nuevo, nos resistimos a terminar un vínculo complicado y estéril. Seguimos dándole oportunidades al pasado y tratando de convencernos de que quizás, si intentamos ser más tolerantes, bajamos las exigencias o nos damos un tiempo, podamos revertir la situación. Pero en el fondo, sabemos que no es cierto: ese novio no va a cambiar y, lamentablemente, no vamos a trabajar menos horas.
2) Fracasar rotundamente
Cuando una amiga nos confiesa que quiere dejar su carrera en el último año de la facultad, todas le aconsejamos lo mismo: que si llegó hasta ahí, la termine. ¿Le diríamos lo mismo si se arrepiente de casarse en la puerta de la iglesia? ¿Le pediríamos que siga adelante porque ya llegó muy lejos y los souvenirs están grabados y los canapés se están secando en las bandejas? Dejemos las exigencias perfeccionistas para las muñecas y permitámonos fracasar con todas las letras. Podemos huir del altar, dejar una carrera en el último año o volver a los quince días de habernos exiliado. No importa si le dijimos a medio mundo que encontramos al amor de nuestra vida y al mes queremos divorciarnos. Nada puede ser peor que sostener una mala decisión para evitarnos el papelón de haber elegido mal.
3) Ser flexible
¿Qué pasaría si toda la vida soñamos con una familia tradicional, pero nos enamoramos de un divorciado de 55 años que ya se casó tres veces? ¿O si planeamos un viaje perfecto y el hotel resulta ser una pocilga? O peor aún, ¿si nos enteramos de que en la panza, en vez de un bebé, llevamos seis? En un accidente los objetos flexibles se doblan; los rígidos, se rompen. Tenemos que olvidarnos de los planes perfectos. Nada, nunca, sucede de acuerdo con lo planeado.
4) Evitar la gente que nos hace mal
El masoquismo se nos revela de formas misteriosas. Algunas releemos los e-mails de un ex novio infiel, otras visitamos a una tía que sólo pregunta si estamos más gordas, y otras atendemos llamadas de amigas que aparecen únicamente para pedir un favor. Todas conservamos relaciones por los motivos equivocados: porque es familia, porque es el padre de nuestros hijos, o porque conocemos a esa persona desde que éramos chicas. Pero ¿es importante que sea familia si nos hace mal? ¿Desde cuándo el cariño es un deber o un compromiso? Lo ideal, claro está, es poder reconciliarte, amigarte, entender a esa persona de tu familia que tanto mal te hace. A la larga, antes de escapar siempre está la opción de perdonar al otro.
5) Aprender a estar solas
Todas alguna vez nos fuimos de vacaciones con una amiga y volvimos peleadas a muerte. Nuestro verdadero "yo" se revela en el preciso momento en que el otro hace ruido a las cinco de la mañana, o se olvida las llaves en la playa y nos deja en el palier. Cuando se trata de nosotras mismas, la situación es parecida. Es muy difícil conocernos profundamente si compartimos el dormitorio o vivimos tironeadas por la familia. Para crecer necesitamos espacio, intimidad y distancia. Si no podemos vivir solas, no importa. Intentemos con un viaje solitario o actividades sin amigas o parejas a la vista. Todas tenemos nuestra propia clave para disfrutar más de la vida, ¿cuál es la tuya?
¿Cuántas veces insistimos con una relación agotada hace tiempo? ¿O nos quedamos atascadas en un trabajo tóxico y mediocre por comodidad? A veces no podemos soltar la mano y dejar ir lo que nos hace mal. Por miedo a quedarnos solas o a tener que empezar de nuevo, nos resistimos a terminar un vínculo complicado y estéril. Seguimos dándole oportunidades al pasado y tratando de convencernos de que quizás, si intentamos ser más tolerantes, bajamos las exigencias o nos damos un tiempo, podamos revertir la situación. Pero en el fondo, sabemos que no es cierto: ese novio no va a cambiar y, lamentablemente, no vamos a trabajar menos horas.
2) Fracasar rotundamente
Cuando una amiga nos confiesa que quiere dejar su carrera en el último año de la facultad, todas le aconsejamos lo mismo: que si llegó hasta ahí, la termine. ¿Le diríamos lo mismo si se arrepiente de casarse en la puerta de la iglesia? ¿Le pediríamos que siga adelante porque ya llegó muy lejos y los souvenirs están grabados y los canapés se están secando en las bandejas? Dejemos las exigencias perfeccionistas para las muñecas y permitámonos fracasar con todas las letras. Podemos huir del altar, dejar una carrera en el último año o volver a los quince días de habernos exiliado. No importa si le dijimos a medio mundo que encontramos al amor de nuestra vida y al mes queremos divorciarnos. Nada puede ser peor que sostener una mala decisión para evitarnos el papelón de haber elegido mal.
3) Ser flexible
¿Qué pasaría si toda la vida soñamos con una familia tradicional, pero nos enamoramos de un divorciado de 55 años que ya se casó tres veces? ¿O si planeamos un viaje perfecto y el hotel resulta ser una pocilga? O peor aún, ¿si nos enteramos de que en la panza, en vez de un bebé, llevamos seis? En un accidente los objetos flexibles se doblan; los rígidos, se rompen. Tenemos que olvidarnos de los planes perfectos. Nada, nunca, sucede de acuerdo con lo planeado.
4) Evitar la gente que nos hace mal
El masoquismo se nos revela de formas misteriosas. Algunas releemos los e-mails de un ex novio infiel, otras visitamos a una tía que sólo pregunta si estamos más gordas, y otras atendemos llamadas de amigas que aparecen únicamente para pedir un favor. Todas conservamos relaciones por los motivos equivocados: porque es familia, porque es el padre de nuestros hijos, o porque conocemos a esa persona desde que éramos chicas. Pero ¿es importante que sea familia si nos hace mal? ¿Desde cuándo el cariño es un deber o un compromiso? Lo ideal, claro está, es poder reconciliarte, amigarte, entender a esa persona de tu familia que tanto mal te hace. A la larga, antes de escapar siempre está la opción de perdonar al otro.
5) Aprender a estar solas
Todas alguna vez nos fuimos de vacaciones con una amiga y volvimos peleadas a muerte. Nuestro verdadero "yo" se revela en el preciso momento en que el otro hace ruido a las cinco de la mañana, o se olvida las llaves en la playa y nos deja en el palier. Cuando se trata de nosotras mismas, la situación es parecida. Es muy difícil conocernos profundamente si compartimos el dormitorio o vivimos tironeadas por la familia. Para crecer necesitamos espacio, intimidad y distancia. Si no podemos vivir solas, no importa. Intentemos con un viaje solitario o actividades sin amigas o parejas a la vista. Todas tenemos nuestra propia clave para disfrutar más de la vida, ¿cuál es la tuya?
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